EL SIMCE: UN SISTEMA QUE IMPULSA EL AGOBIO E INHIBE EL APRENDIZAJE

Por Marcela Latorre Robles

Departamento de Educación y Perfeccionamiento del Colegio de Profesoras y Profesores de Chile


En estos días, el SIMCE (Sistema de Medición de la Calidad de la Educación), vuelve a tomar protagonismo después de su letargo durante la pandemia. Mucho se ha criticado la organización y la forma de retomar esta odisea, lo que ha abierto nuevamente el debate. Si bien, el gobierno no estaba de acuerdo en reanudar esta evaluación, la Agencia de Calidad de la Educación se impuso y lo único que se frenó fue el ranking que se realiza posterior a la entrega de resultados. ¿Cómo puede ser que una entidad no elegida de manera democrática, sea la brújula en materias de educación?

Estableciendo una mirada procesal, el SIMCE, tiene su origen en la década de los 60, donde se realizó el primer intento de pruebas estandarizadas que tenían el objetivo de estructurar las reformas que se estaban ejecutando en materias pedagógicas. En 1982, el foco se estableció para que los actores de la educación, principalmente apoderados, estuvieran informados y pudieran elegir un buen establecimiento para sus hijos, de esta manera, se buscaba ejercer presión para generar competencia y así movilizar la oferta educativa. Sin embargo, en 1990, el Ministerio de Educación se opuso a publicar los resultados porque se estaba juzgando el trabajo de los profesores sin considerar la situación socioeconómica de los estudiantes. Dos años después, en 1992, se instaló el SIMCE como tal y la LOCE obligó a publicar los resultados en 1995.

En el año 2003, el Ministerio de Educación trabajó en un diagnóstico del instrumento, ya que empezaron a surgir críticas desde los estudiantes y el profesorado que indicaban que este sistema estigmatizaba a los establecimientos más pobres, debido al ranking que otorgaba y a su vez no entregaba suficientes aportes para el mejoramiento pedagógico. En este informe, realizado por una comisión de expertos, se dispuso que el mecanismo era legítimo ya que permitía que la opinión pública y los docentes pusieran en el centro los resultados de aprendizaje, que era utilizado para generar políticas educativas y que se podían validar los logros de los establecimientos, aunque reconocieron que se producía exclusión y selección. Es así como se decidió entregar más información sobre los resultados, aumentar las mediciones en 4° básico, incluir nuevas áreas curriculares y reportar la evaluación en relación a estándares de desempeño.

Toda esta carrera del saber y la competencia por llegar a los resultados profundizó el agobio de docentes, estudiantes, madres y padres, generó situaciones de violencia por la cada vez mayor externalización de la educación, donde el aprendizaje pasa a un segundo plano, puesto que se busca lograr un objetivo puntual a corto plazo. La presión, el estrés y la desesperación por lograr estar entre los «mejores» dejaron en el olvido a la raíz de lo que significa la enseñanza. El centro, claramente, no son los estudiantes.

Desde el año 2012, el SIMCE pasó a ser parte de la Agencia de Calidad de la educación, con el propósito de evaluar los resultados de aprendizaje de los establecimientos educacionales. No obstante, la estructura no se ha modificado, no se han considerado los dos años de pandemia y el daño que significó para la salud mental de las comunidades educativas completas, ya que estos problemas cruzaron a todos los actores involucrados en la vida escolar.

Sin duda, se sigue ubicando como valor central al dinero, no solo por lo que pueden recibir las escuelas según los resultados de estas pruebas, sino que todo el aparataje en gastos que significa levantar esta medición, más todo lo que implica generar programas para llenar de contenidos las cabezas de niñas y niños para que respondan de manera acertada.

Cuando se comprenda lo que realmente es aprender y no se busque el resultado, se podrá establecer un mecanismo que esté integrado en este proceso, ya que la enseñanza – aprendizaje – evaluación son una estructura que no debe ser separada.

El aprendizaje es activo y es en el mundo interno, se aprende haciendo, sintiendo y pensado, puesto que se efectúa cuando se termina de comprender que se aprendió. Dicho de otro modo, existen los estímulos externos que entran a nuestro psiquismo por medio de los sentidos, esos datos llegan a la memoria y se estructuran en la conciencia como una imagen que sale al medio externo por algún centro de respuesta (vegetativo, motriz, emotivo o intelectual), esa acción se experimenta a nivel interno, de esta manera, se van teniendo experiencias de acierto y error, las que van modificando el comportamiento y produciendo el aprendizaje, es decir, es un proceso.

Cuando se quiere enseñar, hay que considerar a la experiencia como parte fundamental para lograr el aprendizaje, ya que en ella se pueden integrar los contenidos de manera integral. El error es parte fundamental para lograr posteriormente aciertos, desde la equivocación se genera una experiencia, se comprende internamente, se modifica, se mejora y se avanza. Desde el punto de vista pedagógico, la evaluación debería ser parte de la estructura enseñanza – aprendizaje como un elemento primordial en el proceso formativo, puesto que puede servir de brújula para estimular la comprensión, valorando al error como un aliado significativo en el fenómeno del aprendizaje. Si el error es castigado con una evaluación, se bloquea como un facilitador y pasa a ser un enemigo. El inconveniente se produce porque se pretende que todo debe salir a la perfección en la medida en que es entregado el contenido, lo que genera abatimiento, tanto para docentes, como para estudiantes, puesto que se salta un paso clave en para producir el aprendizaje, el camino del acierto y del error.

En relación a mejorar la calidad educativa, este es un término empresarial, que no tiene vínculo con la educación. La calidad tiene un fin «productor», en el campo pedagógico se trabaja con personas, no con productos. Éstas tienen necesidades, diferencias en las formas de aprendizaje, diferencias en sus tipos humanos, experiencias que les hacen ver al mundo de una u otra forma, estas características no solo las tienen los estudiantes, sino que toda la comunidad educativa y es de vital importancia valorar estas diferencias para impulsar una enseñanza que realmente ubique en el centro el desarrollo integral. Las pruebas estandarizadas buscan uniformar, dejando de lado las diferencias, donde logran llegar a la meta las personas que cumplen con el molde exigido en la evaluación. Los establecimientos entran en una dinámica que deshumaniza, convirtiéndose en máquinas de resultados, traspasando estas tensiones a las familias y finalmente, a niñas y niños desde niveles muy pequeños que ni si quiera deberían ser evaluados de manera sumativa, ya que esto va en dirección opuesta a las condiciones que se deben generar para que ellos cada día quieran aprender más.

Finalmente, el principal objetivo de aprendizaje debería ser que el resultado sea el aprendizaje mismo, es decir, el proceso, y no la persecución del dinero por un puntaje que no demuestra comprensiones profundas, sino que, un conjunto de contenidos respondidos de manera mecánica.

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